Vivimos en la magia de lo efímero
Vivimos en la era de la levedad
Vivimos en la era de la levedad. Todo liviano, ligero, sin calorías. También el ser humano. Estamos al final de una civilización. Estoy releyendo en estos días de verano el libro de Indro Montanelli, “Historia de Roma”, pienso que nos encontramos en una situación parecida. Postmodernismo para unos, era psicológica para otros o postindustrial. En el mundo de las ideas y su reflejo en el comportamiento, se ha producido un cambio sensible, que es lo que pretendo analizar ahora. Las dos notas mas peculiares son –desde mi punto de vista- el hedonismo y la permisividad. Ambos están enhebrados por el materialismo, que pone en primer plano de la conducta el dinero, el placer, el bienestar, el nivel de vida, el éxito… Es decir, que las aspiraciones mas profundas del hombre van siendo gradualmente materiales, deslizándose hacia una decadencia moral con precedentes muy remotos : el imperio Romano o el siglo XVII-XVIII.
El hedonismo significa que la ley máxima de comportamiento es el placer por encima de todo, cueste lo que cueste. Este es un nuevo dios. Ir alcanzando cada vez cotas más altas de bienestar. Vivir hoy y ahora pasándolo bien, buscando el placer ávidamente y con refinamiento, sin ningún otro planteamiento. La ética hedonista tiene un código: la permisividad. Entre ellas se establecen relaciones muy cercanas. Estos son los dos nuevos pilares que vertebran muchas vidas de hombres de nuestros días. La mayor aspiración es divertirse por encima de todo. Evadirse de uno mismo y sumergirse en un caleidoscopio de sensaciones cada vez más sofisticadas y narcisistas. La vida contemplada como un goce ilimitado.
Porque una cosa es disfrutar de la vida y saborearla, en tantas vertientes como ésta tiene, lo cual indica buena salud mental, y otra muy distinta, ese maximalismo de no tener otro objetivo último que no sea este afán y frenesí de diversión y de placer sin restricciones. El primero es psicológicamente sano y sacia una de las dimensiones de nuestra naturaleza. El segundo, por el contrario, apunta a la muerte de los ideales.
Del hedonismo surge un vector que pide paso con fuerza: el consumismo. Todo puede escogerse a placer. Disposición permanente para el deleite, en donde comprar, gastar, adquirir y tener, es vivido como una nueva experiencia de libertad. El ideal de consumo de la sociedad capitalista no tiene otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de objetos, por otros cada vez mejores. Hay dos ejemplos que me parece reveladores; uno, el del telespectador sentado frente al televisor con el mando a distancia pasando de un programa a otro, buscando no se sabe exactamente qué; otro exponente sería el del que va recorriendo el gran supermercado, llenando su shopping car hasta arriba, tentado por todos los estímulos y sugerencias comerciales, incapaz de decir que no.
El consumismo tiene una fuerte raíz en una publicidad masiva y en una oferta bombardeante, que nos crea falsas necesidades. Objetos cada vez más refinados, que invitan a la pendiente del deseo impulsivo de comprar. Un hombre que ha entrado por esa vía se va volviendo cada vez más débil.
La otra nota central de esta pseudo ideología actual es la permisividad. Que propugna que hemos llegado a una etapa clave de la historia: sin prohibiciones, ni territorios vedados, no hay limitaciones, todo vale, cualquier andadura es interesante, con tal de que tú quieras recorrerla. Hay que atreverse a todo. Llegar cada vez más lejos. Se impone el sistema de ¿por qué no? Revolución sin finalidad y sin programa. Sin vencedores ni vencidos.
¿Qué es lo que todavía puede sorprender, revolucionar o escandalizar? Nace así un nuevo hombre indiferente, permisivo, descomprometido, sin valores humanos, centrado en si mismo. Todo se va viendo envuelto en un paulatino escepticismo y a la vez, en un individualismo a ultranza. Este derrumbamiento axiológico produce vidas vacías pero sin grandes dramas, ni vértigos angustiosos, ni tragedias… aquí no pasa nada, parecen decirnos los que navegan por esta agua. Es la metafísica de la nada, por muerte de los ideales y la superabundancia de todo. Ya es posible observar muchas vidas casi vacías, sin sentido. Existencias sin aspiraciones, ni denuncias. Y así se llega a una especia de ¿que más da? Todo es relativo
El relativismo es hijo natural de la permisividad. Es como un mecanismo de defensa, de aquellos que estudió Freud y que diseñó de forma casi geométrica. De esta manera, todos los juicios quedan suspendidos y flotan sin consistencia. El relativismo es el nuevo código ético. Todo depende, cualquier análisis puede ser positivo y negativo. No hay nada absoluto. Nada es bueno ni malo. Tolerancia interminable que conduce a una indiferencia pura. Alguno llega a afirmar que todos los valores son iguales, no hay unos superiores a otros. Se cae así en un nuevo absoluto: que todo es relativo.
Ética indolora. Pero también otra versión muy actual: el consenso. Si hay consenso, eso es bueno y válido. El mundo y sus realidades más hondas, sometido a plebiscito. A través de una encuesta, decimos si esto es positivo o no para la sociedad. Lo importante es lo que opine la mayoría.
Hablamos de libertad, de derechos humanos de ir consiguiendo una sociedad mas justa , abierta y ordenada. Defendemos esto por una parte. Y por otra, nos instalamos en estas posiciones ambiguas, que no hacen mas humano al hombre, ni le llevan hacia metas de altura. Apoteosis de la incoherencia. El frenesí de pasarlo bien y no preocuparse de nada. ¿Dónde puede el hombre hacer pié?, ¿dónde irá a buscar puntos de apoyo firmes y sólidos?.. Porque los efectos de todo lo anterior están ahí, para cualquiera que tenga bien abiertos los ojos: desde la epidemia mundial de drogas y de rupturas conyugales, a la trivialización del sexo, pasando por tantos egoísmos compartidos, o una televisión de cotilleo penoso. Un hombre así, hedonista, permisivo, consumista y centrado en el relativismo, tiene mal pronóstico. Padece una especie de melancolía new look; acordeón de experiencias apáticas. Un ser humano rebajado a nivel de objeto. Manipulado.
Traído y llevado y tiranizado por estímulos deslumbrantes, pero que no acaban de llenarlo, de hacerlo mas feliz. Su paisaje interior está transitado por una mezcla de frialdad impasible, de neutralidad sin compromiso, de curiosidad y tolerancia ilimitada. No le preocupa la justicia, ni los viejos temas de los existencialistas (Kierkegaard, Heidegger, Sartre, Albert Camus…), ni los problemas sociales, ni los grandes temas del pensamiento (La libertad, la verdad, el sufrimiento,…) Ya no lee el Ulises” de Joyce, ni “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, ni las novelas de Herman Hesse. Un hombre así es cada vez más vulnerable. No hace pié y se hunde. Es necesario rectificar el rumbo. Saber que el progreso material por si solo, no colma las aspiraciones mas profundas del hombre y éste se encuentra hoy hambriento de verdad y de amor auténtico. Este vacío moral puede ser superado con humanismo y trascendencia. Cruzar la vida elevando la dignidad del hombre. No perdiendo de vista que no hay auténtico progreso si no se desarrolla en clave moral. La felicidad no está en la posada, sino en medio del camino, peleando contra viento y marea por sacar lo mejora de uno mismo.
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