¿Quién es el ser humano?
La felicidad consiste en la mejor realización de nuestro proyecto personal. Y la coherencia de vida, que es el puente levadizo que nos conduce finalmente al castillo de la felicidad. Porque la vida es arte y aprendizaje. Oficio y tanteo. Sabio es el conocedor de la vida»
GRAN pregunta. El ser humano es una realidad compuesta de cuerpo, alma y psicología. Y es fundamental conseguir una buena articulación entre estos tres principios que se hospedan en su interior. Para Platón la relación entre el alma y el cuerpo, es como el marino respecto a la nave. Los clásicos repetían una expresión latina, sema soma, el cuerpo como cárcel del alma. Descartes partiendo del cogito ergo sum, viene a decir que el hombre es un ser pensante. Los griegos lo nombraban como zoon logikón: animal racional.
Definir es limitar. Es expresar la esencia de una realidad. El ser humano comparte un cuerpo como el animal, pero tiene cuatro notas en su interior que son claves: inteligencia, afectividad, voluntad y espiritualidad. Éstas le diferencian claramente del resto del mundo animal. Voy a dar una pincelada de cada una de ellas.
Inteligencia es la capacidad para captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones. Inteligencia es capacidad de síntesis. Es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Es el arte de reducir lo complejo a sencillo. Es claridad de pensamiento. La sencillez es una virtud intelectual; es la virtud de la infancia. Hoy sabemos que existen muchas variedades y por eso debemos hablar de inteligencias en plural. Aun así, debo subrayar que a la razón le corresponde la búsqueda de la verdad. La verdad es la conformidad entre la realidad y el pensamiento. Hay una verdad teórica y otra práctica.
La afectividad está constituida por un conjunto de fenómenos de naturaleza subjetiva, diferentes de lo que es el puro conocimiento, que suelen ser difíciles de verbalizar y que provocan un cambio interior. La vía regia de la afectividad son los sentimientos: es el modo habitual de vivir el mundo emocional. Todos los sentimientos tienen dos caras contrapuestas: alegría-tristeza, paz-ansiedad, amor-desamor, felicidad-infortunio, etc. A la afectividad le corresponde la búsqueda de la belleza; o dicho de otro modo, del equilibrio, de la armonía subjetiva.
La voluntad es la tendencia para alcanzar un objetivo que descubrimos como valioso. Es un apetito racional que nos impulsa hacia una meta. Es un propósito que se va haciendo realidad gracias a su trabajo esforzado. Iniciativa para lograr algo valioso, que cuesta. Voluntad es querer y querer es determinación. A la voluntad le corresponde la búsqueda del bien. Voy a tratar de delimitar esto. ¿Qué es el bien? El bien es lo que todos apetecen. O dicho de otra manera: aquello que es capaz de saciar la más profunda sed del hombre. Expresado de otro modo: el bien es la inclinación a la propia plenitud, que significa autorrealización.
De este modo aparecen tres ideas claves: la inteligencia busca la verdad; la afectividad, la belleza; y la voluntad, el bien. Son los trascendentales de los clásicos: verdad, belleza y bien. La cuarta característica que he apuntado al principio es la espiritualidad. Que significa pasar de la inmanencia a la trascendencia, de lo natural a lo sobrenatural, descubrir algo que va más allá de lo que vemos y tocamos. Vamos de la visión horizontal a la vertical: es captar el sentido profundo de la vida. Toda filosofía nace a orillas de la muerte. Como diría Ortega, «Dios a la vista». Tener un sentido espiritual de la vida es haber encontrado las respuestas esenciales de la vida: de dónde venimos, adónde vamos, qué significa la muerte. Para los cristianos lo definitivo no es una doctrina, ni un libro (el Evangelio), sino conocer a una persona que es Cristo. Encuentro, dialogo y confianza. Soy un gran aficionado a la música clásica. Beethoven, Mozart, Brahms, Tchaikosky, Falla, Granados… Cuando veo en directo un buen concierto me impresiona ver a los profesores, cada uno tocando un instrumento concreto y asoman el piano, el violín, el violonchelo, la trompa, los platillos, el clarinete… extrapolando esto al terreno de la personalidad, estos instrumentos son la percepción, memoria, pensamiento, inteligencia, conciencia, etc. Y el director de la orquesta, es la persona: que consigue aunar todo eso para dar lugar a la conducta.
La personalidad es el sello propio y particular de cada uno. Es el conjunto de pautas de comportamiento actuales y potenciales que dan lugar a un estilo, a una forma de ser sui generis. Y hay tres dimensiones que se asientan en su interior: la herencia, que es la parte que viene con el equipaje genético y que se llama temperamento; otra que es adquirida y que se llama carácter y que se fragua a través de la educación, la familia, la formación, los primeros años de la vida y sus influencias; y finalmente, la biografía, que no es otra cosa que la historia personal, lo que uno ha ido haciendo con su vida y lo que le ha sucedido. Por eso, la personalidad consiste en un patrón de conducta fuertemente arraigado que da lugar a un modo de funcionar que descansa sobre este tríptico: herencia, ambiente y biografía. Es un sello propio, un estilo de comportamiento sui generis.
Los psiquiatras somos perforadores de superficies psicológicas. Bajamos al sótano de la personalidad a poner orden y concierto. Es más, hoy somos capaces de hablar de los trastornos de la personalidad, que son desajustes en su funcionamiento y que dan lugar a llevarse uno mal consigo mismo y a choques frecuentes con los demás. Generalmente estos pasan desapercibidos en las relaciones superficiales y por el contrario, se observan con bastante nitidez en las relaciones profundas (en la familia especialmente y en las amistades íntimas).
La Psicología es la ciencia que tiene a la conducta como objeto, a la observación como medio y a la felicidad como destino. La cuestión de la felicidad es la vida buena y eso es sabiduría. Muchas veces mis pacientes me dicen que debería existir la pastilla de la felicidad y tomarnos una por la mañana y sentir que todo marcha, que las cosas de uno van bien… ¿Qué nos falta para ser felices cuando uno lo tiene casi todo y no lo es? Lo que nos falta es saber vivir. Y eso es arte y oficio. Aprendizaje. Y manejar con artesanía estas cuatro dimensiones que he mencionado: inteligencia, afectividad, voluntad y espiritualidad. La puerta de entrada al castillo de la felicidad consiste en tener una personalidad madura, que no es otra cosa que una mezcla de conocimiento de sí mismo, equilibrio, buena armonía entre corazón y cabeza, saber gestionar bien los grandes asuntos de la vida, superación de las heridas y traumas del pasado, etcétera.
Vuelve aquí el tema de la felicidad. En definitiva, una vida lograda, que no es otra cosa que una felicidad razonable. No pedirle a la vida lo que no nos puede dar. Mi fórmula es: logros, partido por expectativas. Moderar las ambiciones. Italia hizo el Renacimiento. España, el Barroco. Francia, la Ilustración. Alemania, el Romanticismo. Inglaterra aportó la Revolución Británica en 1648. Estados Unidos nos trajo una Constitución que ha sido un referente. Fue en Francia cuando por primera vez se habló de la felicidad en un sentido más preciso, en el siglo XVIII, con la Enciclopedia. Aunque ya en Grecia y en Roma se habló de ella de un modo más genérico. Pero ha sido en el siglo XX, donde la felicidad ha sido la meta, el punto de mira, la estación de llegada. Hoy la medimos: existen escalas de evaluación de conducta diseñadas por psicólogos y psiquiatras, que mediante un cuestionario bien elaborado y validado, pesan, cuantifican el grado de felicidad que alguien tiene… según la concepción de su autor. La felicidad consiste en la mejor realización de nuestro proyecto personal. Y la coherencia de vida, que es el puente levadizo que nos conduce finalmente al castillo de la felicidad. Porque la vida es arte y aprendizaje. Oficio y tanteo. Sabio es el conocedor de la vida.
Enrique Rojas, Catedrático de Psiquiatría.
Publicado en la tercera de ABC el 3 noviembre 2018
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