Antropología de la sexualidad

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Antropología de la sexualidad

El mundo sexual no adviene al hombre en los años de la pubertad sino que comienza con la vida y con ella muere. La germinación sexual viene al mundo con el ser y se desarrolla dentro de las entrañas de su despliegue.

Hasta el Psicoanálisis quizá no se haya prestado sistemática atención al fenómeno. Lo que si es cierto es que en la pubertad el sexo reviste una modalidad singular, del mismo modo que la sexualidad del viejo sigue existiendo, si bien con los matices que la vejez representa para el hombre, siendo a partir de la pubertad cuando se inaugura el mundo sexual, cuando se toma conciencia de él.

La literatura sexológica es hoy casi inabarcable, lo que no quiere decir que sobre ella haya sido pronunciada la última palabra y presumimos que nunca será dicha. Hasta 1897 la sexología no había pasado de la anécdota o del relato picante. En esta fecha es cuando Havelock Ellis intenta en sus estudios de Psicología sexual traer la sexualidad al campo de un conocimiento sistematizado, ademas de profundizar con cierta exhaustividad en algunos temas, tales como: el pudor, el impulso sexual, la estesiología sexual en el hombre, el simbolismo erótico, la deshumescencia, el estado psíquico que sucede durante el embarazo, la castidad, la valoración del amor, etc.

Fue él uno de los primeros científicos que echó por tierra las teorías antifeministas que habían estado vigentes hasta entonces. De la misma manera que fue decisiva su participación en las discusiones que se plantearon en el siglo XIX sobre las diferencias de constitución entre el hombre y la mujer, basándose en datos de observación clínica. Así, por ejemplo, se decía que la respiración del hombre era mas abdominal, mientras que la de la mujer era mas costal.Ellis dijo que la respiración costal era debida a las características específicas de los vestidos que usaban las mujeres.

Así V. Klein cita a este respecto un trozo de Hombre y Mujer; “La evidencia lleva claramente a la conclusión de que las diferencias sexuales naturales, sino únicamente el resultado de la comprensión artificial del tórax que antes practicaban las mujeres”.

Sabemos que uno de los intentos de mas estilo y pretenciosidad científica llevados a cabo en nuestro tiempo, era el conocido informe Kinsey, con el que su autor y equipo de colaboradores pretendieron que la sexualidad dejase de ser un relato anecdotario de mal zurcidos acontecimientos para transformarla en una ciencia a todo rigor. Su propósito fue llevado a cabo mediante una encuesta garantizada de secreto en un país determinado USA y enfocada de modo prevalente por el camino biológico. El resultado fue un número fabuloso de datos y el escape del alto sentido antropológico de la materia, tan fluida y cambiable que se escapaba entre las rendijas de sus dedos. Creo sinceramente que si nuestro trabajo ha de traernos alguna luz ha de permanecer adscrito a la observación que pasa desapercibida para el observado. No creo que sea lícito ignorar que por principio todo lo referente a la sexualidad es recatado y, por tanto, sus ejecutores cuidan celosamente del secreto o lo deforma interesadamente.

El juego sexual tiene sus comienzos siempre a la luz pública. Lo que llamamos flirt o coqueteos no es en último término sino un juego de tanteo, juego que en manera alguna se sustrae a la atención de los demás. Si con legitimidad adviene la etapa siguiente se presente el enamoramiento, misterioso estado de mutua fascinación el que la atención es fuertemente retenida.

Este fenómeno atentivo lleva ya implícito en sí la promesa de fidelidad. En el flirt se muestra el juego erótico entre la simpatía y la belleza de las figuras, es una etapa lírica del encuentro, el enamoramiento es un principio de mutua entrega que en sus comienzos nada tiene de atracción carnal pues la entrega tiene ahora lugar solo en el terreno del pensamiento. Los enamorados de modo reiterativo planean juntos una vida entrelazada que se sella formalmente con la venida del hijo. ¿No cabe mas íntimo enlace! Ya no hay necesidad de canto, la musicalidad de los embargados de este modo suele ser el silencio y la confianza está ahora expresad en la mirada.

Son etapas ineludible, la clínica nos enseña las amarguras, sinsabores y reacciones neuróticas entre partenaires (especialmente femeninas) que por haber querido acortar las etapas han caído en el desconsuelo y la frustración. Al recinto femenino no puede llamrse de cualquier modo, son primordiales la admiración desinteresada, la fidelidad y el respeto. La mujer se entregará plenamente pero nunca sin un previo estar confiada.

Estos acontecimientos marcan la primera etapa de la posible formación de un nosotros. La sexualidad es un acto trascendente, se ha superado la mera sexualidad vital cuando por cada uno de los partenaires se intuye la posibilidad de tener vivencias en el otro. Llegados a estas alturas y de modo institntivo y arropada en la mutua confianza la pareja se aleja del grupo social como si ambos se bastasen a sí mismos, se retiran del conjunto para constituir una nueva unidad. Este apartarse no tiene otra finalidad que aumentar la mutua confianza en el bastarse así mismos y la confianza no puede tener lugar, sino entre pocos y secretamente, pués bien es sabido –aún por vía experimental- que en este terreno la trinidad es el comienzo de los celos y ellos implican siempre una atención alertada, una desconfianza que avisa de algo que puede ser peligroso para la estabilidad y firmeza del nosotros.

Esta mutua confianza signifca la necesaria tranquilidad para abordad de modo afectivo una gran empresa, en este caso la empresa matrimonial.

La fidelidad no es una situación psicológica dada, sino que es producto de constante y trabajosa elaboración, la fidelidad siempre está a prueba. Ya no es mera vida sexual, sino amorosa a la que en ocasiones se agrega la actividad sexual con sus perfiladas características. Hasta tal punto la fidelidad es exigencia espontánea de la pareja que ni está ausente en los casos de perversión sexual.

En nuestra tan cacareada “revolución sexual” se presente como eje aparente la supresión del recato. Solo es apariencia, solo se prescinde del recato corporal pero aún quedan otros recatos mucho mas profundos. Así, por ejemplo, en los actos de streptease sucede que la pérdida del recato corporal se hace lenta y parsimoniosamente, de tal manera que se va envolviendo ese descubrimiento de la intimidad corporal en una atmósfera de expectación, que se ve acompañada de evidente desilusión cudndo termina la escena, ya que debajo de esa intimidad corporal hay otras mucho mas profundas que están encerradas en la corporalidad interna, en el intracuerpo y por último, en esa riqueza de matices que tienen en si los gestos, la cara, las manos, etc..y que dan en definitiva , traducen los paisajes del alma.

Me inclino a creer que la revolución sexual de nuestro tiempo está reducida a un exhibicionismo, a la moda mucho mas que un auténtico giro en la dirección.

La fidelidad en principio es siempre desinteresada, es producto de la amistad o del amor. Cuando no es auténtica, toma la apariencia de obedecer a una norma ético-social y toda prohibición desperirta el apetito de lo prohibido y su peligroso cultivo. Es el amor-deporte.

El donjuanismo (Donjuanismo es el poder –no político- puesto en juego a través del amor) o el pompadourismo (el ascenso al mando político a través del sexo) han gozado en todas las épocas de preferida atención literaria. La figura del Don Juan es una de las mas grandes aportaciones de nuestra raza al mundo cultural. Don Juan, como diría Ortega fue siempre en vagabundo, vive emigrante en París, en Londres, en Berlin. Mejor o peor tratado, sigue blasfemando y seduciendo en francés, inglés, en alemán. Don Juan es una circunstancia temática eterna para la reflexión y para la fantasía, un símbolo esencial de ciertas angustias primordiales del hombre, una valoración de la estética y una mitificación del alma .

Si proseguimos el desarrollo de este proceso de alejamiento de la pareja, el apartamiento de los que se han escogido, llegamos al momento en que lejos de interrumpirse esta unidad se afirma y se institucionaliza a través de la casa. No es este el momento adecuado para entretenerse en la sutil psicología de la casa de la que tan agudamente nos habla Otto Bollnow apoyado en los finos análisis de Exupery y que nosotros hemos tenido muchas ocasiones de comprobar en los enfermos depresivos, pues la casa acaba impregnada del acento vital de los que en ella moran.

La casa que comienza por ser la construcción casi instintiva del hombre para resguardarse del acoso de los peligros de la naturaleza acaba constituyéndose como en el sitio de arraigo, aquél en donde el ser se despliega. Por eso, la pareja una vez instituida psicológicamente remata su realidad tomando casa.

Cuando los dos se encuentran libres de las eternas miradas, y una vez a buen recaudo anidan sus seres para el acto indescifrable e increíble de mezclar sus carnes en un nuevo ser, acontecimiento tan habitual que casi es trivial, pero que no le resta un ápice a la honda trascendencia de su realidad. ¡Aparece la familia!

La familia, la primera, y sin duda mas firme célula social nace del ayuntamiento carnal de dos que mutuamente se han elegido. De su seno surgen importantes frutos culturales y los mas entrañables valores del hombre. Sobre la familia se estructura el sentido político y con ello la autoridad, y el sentido de la posesión, y por tanto la economía.

Países que en su andadura política comenzaron proclamando el amor en dispersión gratuita, tras fallidos resultados han venido a parar con sus ideas expansivas a fortalecer la familia pues solo dentro de ella puede incubarse la idea de patria, ineludible sostén de toda política.

La conducta sexual alcanza uno de sus puntos culminantes en el acto sexual mismo. Veamos: Dentro de su continuidad aparecen entrelazadas dos facetas en si separadas: la biológica, elemental, breve e incambiable. Es la fecundación escueta que da cauce a la mera proliferación. De ella, a su vez, parte otra cara, es la noble, seria y exigente. Nace por el solo hecho de la presencia de un nuevo ser, que implica una gama de afectos y valores, el sentimiento de maternidad capaz de transformar la psique femenina, los sentimientos de paternidad, la sociedad ,familiar en donde germinan tantos valores que constituyen su acerbo cultural, la mas fuerte y primaria creación de la cultura humana. La otra vertiente es la festiva, orgiástica o dionisíaca del acto sexual. Es fundamentalmente evanescente y transeúnte y en apariencia de una superfluidad lujosa. Constituye la solemnidad sinfónica con que la naturaleza ornamenta el acto transcendente de la creación.

No es imprescindible para la fecundación, la cara festiva, como de hecho muestran los numerosos casos de frigidez fecunda. Es a su vez, también la faceta estética del acto sexual de donde han salido tan depuradas expresiones de erotismo desparramadas en mueblajes, decoraciones, utensilios que han constituido una bien definida forma de arte destinada especialmente a la decoración de los interiores de espléndidas moradas. Es pues susceptible de cultivo, que va desde la tosquedad al refinamiento, La perfección coital ha sido bien estudiada fisiológicamente como la vista o el tacto. Es una percepción sexuada de tal intensidad que a ella se supeditan todas las demás en el trance de la actividad sexual.

Como anticipábamos, esta faceta no es en modo alguno superflua ni tampoco se reduce a mero divertimiento, sino que ella es motivo de cultivo amoroso y, por tanto, ocasión de fortalecimiento de la relación interpersonal de la pareja humana. Sucede que cuando los partenarires están debidamente conjuntados este lado festivo es, a su vez, novelado; es como un intento entre dos en virtud de dar libre y espontánea salida a una actividad imaginativa nacida de los hontanares del subconsciente que recorre de este modo la solidaridad de dos.

Por todo ello, es por lo que nos sentimos distantes de esos adiestramientos planificadores que cercenan la originalidad del amor, tras el cual viene el aburrimiento y con él la quebradura. Tales acontecimientos –que en gran parte constituyen la pornografía de hoy- nos parecen destinados a llenar huecos de oligofrenia sexual. La escena sexual –cuando es auténtica- tiene el encanto de encerrar en sí una invención personal, aparece un mundo nuevo distante de la mera percepción en el que brotan con la inocente ternura de Dafnis y Cloe , las mas recónditas tendencias de la vida interior. Es la ingenuidad confiada intercambiada entre dos. La escena tiene su culminación y su término en el paroxismo final, un gran ágape con el regocijo y la efusión de tal delicada simiente germinal. Tal paroxismo –como otros tantos que alberga la naturaleza- calma los estados supertensos en un mecanismo neurobiológico que se dispara como otros automatismos conocidos en la clínica y tras los cuales se presenta la calma.

El orgasmo tiene semejanza con las crisis convulsivas de la comicialidad y semejantes efectos neutralizadores. De hecho ha sido electroencefalografiado en busca de su estructura bioneural. Pero además, la crisis epiléptica como el orgasmo tiene su sentido.

Si fenomenológicamente examinados el ataque epiléptico encontramos que es un estado por el cual el que lo padece deja por unos instantes de estar en el mundo de la realidad perceptible, es algo así como un ensayo de muerte. La religiosidad atribuida al enfermo epiléptico , la hemos sustentado precisamente en estas situaciones que tanto se parecen al fin y cuya apariencia mortal surge de nuevo en el ser como un resucitado.

La crisis epiléptica vista en este sentido se nos muestra como una singular ocasión de contacto con la vida y la muerte.

El orgasmo lleva a los seres afectados a una situación similar en donde parece ponerse la vida en peligro y los que corren el mismo riesgo vital salen de él, en cierto modo hermanados. De este modo vemos como el orgasmo en el hombre no se reduce a la mera gratificación del instinto, sino que es ante todo germen y fuente de amor capaz de enriquecer el fluir de la vida entre dos.

Que la vida y la muerte están fuertemente entrelazados ha sido ya lejanamente percibido por los que se han detenido a considerar el gran misterio de la vida del hombre. En nuestro tiempo ha sido Freud quien le ha dedicado especial atención, el tema embargaba su alma de tal manera que no lo abandonó ni en los últimos meses de su vida. El fundador del Psicoanálisis llegó a la desconcertante tesis de que en todo lo viviente coexistían el instinto de vida –que es tanto como conservarla a todo trance- y el instinto de muerte –esa vaga y firme tendencia hacia el estado inorgánico primitivo-.

Con ello intuyó que el “principio del placer parece hallarse al servicio del instinto de muerte”.Otra sorpresa brindada por el pensamiento freudiano es la de que el instinto de muerte está asentado sobre el sentimiento de culpabilidad. Freud vino a confirmar el viejo aforismo de que “post coitum anima triste”.

La práctica sexual consumada lleva consigo cierta tristeza culposa y mas cuando el acto ha sido objeto de mas cultivo. Freud ha relacionado el sentimiento de culpa con el desarrollo de la cultura, al designarla como un malestar (Umbehagen der Kultur).

Llegado Freud a término de su especulación y dados los presupuestos por el establecidos es casi seguro que alcanzase a entrever –dada la agudeza de pensamiento- un sentimiento de pureza pero sin él parecía incompleto su trabajo intelectual. ¿No llegó a él por mor de sus agnósticos presupuestos?… ¿Lo vio y lo marginó por temor a debilitar su entramado filosófico?

La pureza es equiparable a la legitimidad. Puro y legítimo es lo que con naturalidad y sin artificio mana espontáneamente del ser. No es puro y legítimo lo que surge obligadamente. La pureza es por eso equivalente a la limpieza. En el terreno sexual lo maculado equivale a una entrega ilegitima. La vivencia de la pureza nos trae el concepto de lo ético. Una paradoja mas de la antinómica estructura del hombre. Lo que en el terreno psicoanalítico ha sido planteado recientemente por Szasz (Szasz Thomas: “La ética del psicoanálisis”. Edit. Gredos. Madrid 1973).

La experiencia clínica nos muestra la realidad de esta vivencia de enfermos –predominantemente del género femenino- en donde conductas sexuales hechas a título de pruebas inducidas por factores de frivolidad, han conducido muy frecuentemente a situaciones neuróticas como respuesta. Por el contrario nos encontramos esos trastornos de índole vivencial que se quieren atribuir al acartonado concepto de la represión sexual.

En todo caso una abstención sexual es prueba de fortaleza psíquica. En esta línea de pensamiento nos es permitido apreciar la realidad de una moral sexual y, por tanto, el establecimiento de normas creadas al respecto por las mas diversas civilizaciones.

Precisamente la fiesta sexual lleva en sus entresijos la posibilidad de dar suelta imaginativa a residuos animaloides ocultos en los profundos sótanos del subconsciente y que en la orgía sexual asoman a la superficie.

La pareja sexual mutuamente confiada, curtida por una confianza recíproca da lugar a ello a modo de gran intimidad, como la mayor desnudez posible entre dos. Lo que puede revestir el carácter de mutua confesión depuradora.

Estas vividuras –término utilizado recientemente por Américo Castro –sexuales nos dan pié a establecer una doctrina en torno a las perversiones sexuales. Según la cual las entenderíamos como elementos promiscuos independizados del todo al que normalmente están obligados a pertenecer. Al independizarse se muestran como entidades sexuales incompletas y faltas de la coherencia de todo lo inmaduro, en este caso propias de inmadurez sexual. La experiencia nos demuestra que la perversión sexual en sentido patológico es menos frecuente en la mujer, esta tiene su dirección sexual mas marcada en relación con la firmeza de su ordenada vital.

El paroxismo sexual tiene una específica particularidad. La de ser placentero. Placer es un modo singular de ser afectado. Su contraposición es el dolor, que nos avisa de nuestra propia fragilidad. El placer por el contrario, abre los horizontes de posibilidades vitales. Ambos nos señalan el futuro, pero un futuro de muy distinta índole. El placer se experimenta como gozo ante un despejado camino para el discurrir de la vida. Es una exaltación vital. Y el gozo tiene una significativa particularidad, la de ser siempre producido por el encuentro con algo fuera de nosotros, en el caso de actividad sexual, en el encuentro con otro. Mientras el dolor expresivamente implica un gesto de desvío, el goce produce una géstica de aceptación. El placer sexual está adscrito a la corporalidad. Así tiene que ser, es como una profilaxis a la esterilidad voluntaria. Sin embargo –ya lo hemos apuntado-, son funciones fácilmente separables. No de otra manera podría aceptarse dada la condición libre del hombre. Ni aún en el acto sexual puede darse un irresponsable determinismo.

El placer es una vivencia muy nombrada pero poco escrutada científicamente. Mucho se ha hablado del placer y menos de su cualidad. El placer sexual tiene ingredientes que lo asemejan a la presentación del riesgo sin riesgo real. Se asemeja a un vértigo de descenso que es detenido en su justo medio. Ya hemos señalado antes su condición de situación límite y su sentido. El máximo riesgo para el viviente es la muerte. De hecho el semblante de la muerte es con suma frecuencia gozoso. En el terreno sexual el placer anterior al paroxismo tiene los ingredientes del placer vital de la movilidad. La escena sexual resulta entremezclada de la movilidad del asalto y de la inmovilidad de la entrega.

El juego placentero de los niños en libertad nos muestran claramente estos componentes de lo placentero. Tras el orgasmo viene la relajación, la inmovilidad y el sueño . Sueño fenomenológicamente, que es ante todo, abandono confiado. Solo duermen juntos los que confían mutuamente de modo ilimitado. En el sueño alcanza su máximo todo desarme. La alerta y la alarma son naturalmente insomnes.

De todo lo que venimos exponiendo se deduce fácilmente que el acto sexual representa la culminación de otra serie de actos concatenados en los que se ofrece la ocasión de entremezclar dos vidas que se aman. El acto sexual es un eslabón mas en la integrada conducta amorosa.El acto sexual pues, no puede estimarse como una frivolidad mas, sino que hay que situarlo en el terreno de los actos de mas profundo sentido humano. Es tan profundo y delicado que de él da cuenta su gran fragilidad. Es por lo que de por sí implica serios compromisos en la existencia. No sucede así cuando el acto sexual está meramente destinado a calmar el hambre sexual o se aparta de su auténtica legitimidad.

En el primer caso se sitúa por bajo del escueto instinto animal, en el segundo es un mero dispositivo con otras finalidades . El acto sexual legítimo está tan distante de la mera superficialidad y frivolidad, que la historia misma nos enseña como su marginación ilegítima es acontecimiento habitual de toda época de declinación cultural.

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